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Curo Art

La máquina y el ser humano

Por Nadja Bayer

     La invención del automóvil, como muchos grandes inventos, es de larga gestación y se remonta al menos a Leonardo Da Vinci, un artista que, como los de hoy, no fue sólo un artista. La creación del automóvil como lo conocemos hoy se le atribuye al ingeniero alemán Karl Benz, en 1885/1886. El inicio de esta “máquina infernal”, llamada así por sus detractores, fue polémico y su masificación sorprendente. Esta máquina nació sin el respaldo vial, legal y de conciencia que su uso necesitaba. 140 años más tarde, el automóvil sigue facilitándonos y complicándonos la vida. 

     

    

¿Acaso quienes los compramos, usamos y conducimos podremos hacernos responsables de las consecuencias?

    Y es que, a estas alturas de nuestra historia, sería más constructivo cuestionar el uso que les damos a las máquinas, más que a la máquina misma como una amenaza per sé.      

Por qué hablo de esto? Porque creo que nos estamos aferrando a la idea del arte que ya dejó una huella en la historia, mientras la realidad que nosotros mismos hemos creado nos impulsa a avanzar. Retroceder a la nostalgia es un reflejo natural frente a un proceso de cambio de paradigmas. Es rendir un homenaje emocional a aquello que nos contuvo por un tiempo y que apreciamos. Sin embargo, la seguridad única es el cambio y es esto lo que estamos viviendo en el arte contemporáneo.

     ¿Tenemos las herramientas necesarias para este avance? 

     Tal como nuestros sistemas de educación, el arte también ha entrado en crisis y la falta de una academia que sirva de guía nos asusta y nos hace mirar con nostalgia hacia atrás. 

     Como casi todo lo que observo, la mayor parte del tiempo se trata de escoger un punto de vista y trabajar por él. Arte generativo, digital, vectorial, modelado 3D, tipográfico, net, escultura digital y otros nos podrían llevar a un mundo unificado, algo así como contar la historia de la torre de Babel al revés. 

     Existen, según la revista Etnologue, 7168 idiomas vivos en nuestro planeta. La programación y codificación podrían ser en el futuro la lengua que nos unifique, y es a través del arte que se está expandiendo. Eso es lo que estamos desarrollando, un nuevo lenguaje usando arte, codificación y programación. 

     Y es que la ingenuidad no tiene cabida cuando hablamos de los seres humanos, no es la inteligencia artificial la que nos destruirá, es nuestro punto de vista, aquello en que creemos y sin conciencia estamos manifestando. Los artistas están expresando esta inquietud. Cito literal a Jeff Gerrant sobre el reciente lanzamiento de World Flag, proyecto colaborativo entre Art Blocks y Pace Verso que imagina los países convertidos en distintos tipos de desiertos: “En cierto modo, lo que dice este [proyecto] es: si seguimos sin colaborar a través de las fronteras, y si nos mantenemos dentro de nuestros silos nacionalistas, detrás de nuestras banderas, estamos apuntando a un futuro desierto, que será global”. 

    Y más allá de la falta de colaboración planetaria entre naciones, es necesario mirar el escenario local específico de cada país. En Chile se puede observar falta de colaboración entre instituciones, individuos y también artistas. No es que no existan voluntades de hacerlo, todo lo contrario, incluso se agendan muchas instancias para la búsqueda de colaboración, pero los intentos se materializan sin el impacto necesario para mover una masa crítica que genere un cambio significativo del curso de las cosas. 

     Junto con el debate entre el bien y el mal de lo digital en el arte, es necesario reflexionar acerca de cuánto y cómo invertimos en su desarrollo.

Andrea Ragni, artista presente en Curo Art, cree que más allá del potencial del arte digital y el gran soporte que el respaldo NFT representa, es importante generar una instancia social que esté dispuesta a comprender este tipo de arte, a valorarlo. Cree que es importante ser conscientes de que existen barreras no solo económicas, sino también educativas y tecnológicas que pueden limitar el acceso y desarrollo a este tipo de espacios y expresiones artísticas.

     “Los proyectos de innovación tecnológica (en el caso de inteligencia artificial) suelen ser costosos y necesitan apoyo colaborativo profesional y financiero. 

      Hay un factor de desarrollo económico que puede que nos deje fuera como puede que nos integre, porque necesitamos invertir dinero. Por ejemplo, si quieres crear imágenes usando AI con herramientas buenas, tienes que pagar, las app de creación y las plataformas se pagan. Entonces no sé si todo el mundo va a poder acceder. Hay un “hype” (bombo publicitario) al respecto, porque no es para todos. 

     Por otro lado, los proyectos de innovación tecnológica son costosos y necesitan el apoyo de mecenas e instituciones. Para el caso de las instituciones, un fondo gubernamental o de aceleradora no cubre los costos y a menudo las condiciones para aplicar inhabilitan estar gestionando otro fondo para la misma iniciativa, lo que dificulta el buen desarrollo de este tipo de proyectos”. 

     Queramos o no, esta transición cultural, que hemos iniciado globalmente, necesita desarrollo e inversión. En algún punto de este momento histórico será necesario abordar no sólo el discurso filosófico acerca de la máquina y el hombre, sino el tema del dinero en el arte, porque sin la energía del dinero el desarrollo es pobre o en el mejor de los casos limitado. Y no solo el tema dinero como inversión, sino también dinero como salario.

     Me pregunto si podríamos describir con propiedad qué es lo estamos pagando cuando compramos un objeto de arte, sea este una pequeña pieza de artesanía en la feria local o una obra de gran valor. 

     No entiendo por qué el cliché del artista bohemio de vida licenciosa caló tan profundo en el imaginario colectivo, ese artista que no trabaja porque sólo hace lo que le gusta.  

     ¿De dónde sacamos semejante fantasía? 

     Desde los talleres de artistas del renacimiento hasta las modernas instalaciones de realidad virtual hay tanto o más trabajo como en cualquier otra profesión u oficio.

     He observado que la realidad del artista, ese que vive de su trabajo, no es ese cliché. Yo diría que es al revés, el arte enseña al artista – y a todos nosotros- a disfrutar de la vida, luego si algunos se pasan de rosca es quizás algo relacionado con la evasión más que con el arte per se. Pero al parecer las personas encontramos placer en poner más atención a 1 manzana podrida que a todo el resto del cajón de manzanas.

     Hace poco Marcelo Pérez Dalannays escribió un post acerca de “El amor por mi trabajo no paga las facturas”. Un ensayo a raíz de la huelga de WGA el sindicato de guionistas de Estados Unidos, que habla sobre “la insinuación de que el amor es un sustituto adecuado para la seguridad laboral, las protecciones en el lugar de trabajo o un salario justo”, apelando a la creencia de que trabajar en lo que uno ama ya es parte del pago.

     El trabajo del artista conlleva grandes dosis de ensayo, error, investigación, estudio, reflexión, concentración, repetición y de incertidumbre. Sin embargo, estos clichés repetidos como un mantra han calado hondo en el inconsciente colectivo y han generado quizás la creencia de que financiar el arte es un mal negocio y comprarlo es despilfarrar.

     ¿Qué pasa con el demostrado poder sanador del arte? ¿Quién lo defiende? 

     Y lo que más me preocupa: ¿Quién lo va a financiar?

     Un desarrollo en pobreza es un problema que todos los países quieren erradicar. Nadie podrá des-convencerme de que el arte es la herramienta que inyectada de una buena inversión, pruebe ser la más efectiva en erradicar muchos de los males sociales que conlleva el desarrollo en pobreza que por tantos años hemos combatido.

     Entonces, ¿En qué vamos a invertir en el futuro, en la máquina o en el ser humano?  

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